Un niño nigerino, que vivía con su tía, buscó a su madre biológica decididamente al cumplir los doce años. No quiero entrar en detalles ni en las mil peripecias por las que pasó. Cuando se encontró con ella en un suburbio de las periferias de Niamey se miraron largamente, en silencio. El tiempo se paró. No fue necesario decir nada. El milagro se produjo. Ella dejó la prostitución. Por fin formaron una verdadera familia.

La noticia no apareció en ningún diario ni fue contada por ningún medio de comunicación, pero los corazones de hijo y madre gustaron el amor verdadero, echaron raíces en las serenas aguas de la misericordia, sus vidas cobraron nuevo sentido de repente, y ese sólo hecho ha valido la pena para que este relato, sencillo, humilde, austero, de pocas palabras, llegue a vosotros esta semana con la grandeza que las pequeñas historias anónimas, olvidadas, encierran de manera portentosa.

Un abrazo fraterno,
Desde Vélez de Benaudalla, Paco Bautista.